Le he puesto una ambientación otoñal para que resaltara un poco en su grisura. |
La cosa, quiero decir, el libro, no pintaba mal. Novela negra norteamericana deudora de la época dorada de detectives, chicas en apuros, gestos fruncidos y tópicos del género. Bueno... quizá no pintaba tan bien. Me gustan los thrillers, pero no soy una gran lectora de este tipo de libros. La única saga de detectives que he leído con alegría ha sido la de Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán (y que se merece una entrada por méritos propios), y sí, también leí en su momento la trilogía Millenniun de Stieg Larson, que se fue desinflando sin remedio a partir de la segunda novela. La floreciente escena sueca del género me es totalmente ajena. Resumiendo, que soy una lectora muy poco instruida en estos lares. Ah, Humphrey Bogart cuando interpreta a Marlowe también me deja bastante fría, así que tenía que haberlo visto venir.
Aquí tenemos a un escritor John Banville, que con el seudónimo de Benjamin Black escribe novela negra. En este libro se pone en la piel del escritor Raymond Chandler (que quizá sea un clásico pero que para mí fue una tortura al intentar leer El sueño eterno con trece años) y retoma a Marlowe, la creación que le hizo famoso. Solo he leído una obra de Banville, El mar, y me encantó la cadencia de su prosa. En La rubia de ojos negros no he reconocido su estilo. Eso podría ser bueno, ya que significaría que ha sido capaz de hacer suya la escritura de Chandler, pero lo que a mí me ha transmitido ha sido un "tedio eterno".
Se supone que una novela negra está para devorarla, para que te quemen sus páginas desentrañando misterios y dándote sustos a la vez que sus personajes, ¿no? Pues en esta obra el misterio está ahí, pero podría no estar y no se le echaría de menos. En ningún momento de la trama hay tensión o interés en resolver el caso, Marlowe va de un lado a otro cabizbajo, sudando y meditabundo, hay una rubia que es un suplicio de mujer, y hay matones que pegan palizas sin saber muy bien por qué, y cuando te lo explican pues te quedas igual que estabas.
Se supone que una novela negra está para devorarla, para que te quemen sus páginas desentrañando misterios y dándote sustos a la vez que sus personajes, ¿no? Pues en esta obra el misterio está ahí, pero podría no estar y no se le echaría de menos. En ningún momento de la trama hay tensión o interés en resolver el caso, Marlowe va de un lado a otro cabizbajo, sudando y meditabundo, hay una rubia que es un suplicio de mujer, y hay matones que pegan palizas sin saber muy bien por qué, y cuando te lo explican pues te quedas igual que estabas.
Lo único que me ha gustado es la ambientación de Los Ángeles en los años 50 y algún pensamiento de Marlowe que se eleva un poco de su media plumbea.
Creo que lo digo todo si os cuento que lo he dejado cuando me faltaban menos de cuarenta páginas para terminarlo y en las que se supone que iban a resolver el misterio, del que no puedo contar nada porque lo he olvidado por completo.
¡Un tostón! Quedáis advertidos.
De Benjamin Black leí El secreto de Christine y En busca de April, y las sensaciones fueran las mismas. Sin embargo, de John Banville, me encantó Antigua luz, por lo que supongo que seguiré dándole confianza. Creo que el extraordinario prestigio del autor se ha trasladado al pseudónimo sin que exista verdadero punto de comparación.
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