miércoles, 26 de febrero de 2014

Regalo para una lectora



No conozco esta librería, pero me encantaría.


Las librerías son espacios donde los lectores somos felices. Siempre me recorre un escalofrío de placer anticipatorio al atravesar la entrada de una buena librería. ¿Qué tesoros esconderán sus estanterías? Nunca he tenido demasiado dinero para gastar en libros, quizá por eso, y por falta de mitomanía, es que no tengo una librería favorita a la que serle fiel. Eso sí, son lugares a los que siempre me apetece entrar. Si tiene escaparate, es como si de él irradiara algo que me obligara a pararme; aunque llegue tarde o esté lloviendo. Es el halo que despiden los libros allí expuestos, deseando ser abiertos, manoseados y leídos.



En Madrid mis preferidas son las librerías de viejo, en las que los libros se amontonan y es fácil encontrar tesoros inesperados si se rebusca lo suficiente. No es tan difícil tener algo de dinero suelto en los bolsillos para llevarse un libro a casa.


Cuesta de Moyano, yo diría que en los años 80.





Al lado del parque del Retiro está la Cuesta de Moyano, con sus puestos y mesas al aire libre, y sus "libros antiguos y de ocasión". Sol de mediodía en octubre, olor a otoño y a papel. Pasé tantas horas curioseando por allí que la vida me reservó el regalo de poder trabajar durante unos meses en uno de sus puestos.




No veo a ninguna mujer arrimándose al montón de libros.
Otro par de librerías de las que guardo un buen recuerdo son la de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni y Traficantes de Sueños, que también es una editorial y está especializada en temática social y política.


He de reconocer que me he dejado caer más de una vez por la Casa del Libro y la Fnac, pero estas grandes cadenas no me producen el mismo placer, ni tienen nada que las haga únicas. Además, no me hace gracia darle el poco dinero que tengo a quien tiene mucho, aunque sea para comprar libros. 



Desde que vivo en Berlín la cosa ha cambiado: menos dinero y libros en alemán, mala combinación. Al principio, cuando no entendía ni una palabra del idioma, dejé de frecuentar por un tiempo las librerías. Luego, según he ido aprendiendo, ojear libros ha vuelto a tener gracia, pero nada que ver con pasarse las horas curioseando portadas y contraportadas en mi propio idioma. 



Me gustan las librerías en las que a los libreros no les molesta que mires y remires sus libros, para lo cual hay que tocarlos; donde no te ponen mala cara aunque no compres nada; donde trabajan personas que aman la literatura y los libros, experimentados lectores que saben más que tú, porque es su oficio, y que te recomiendan libros que podrían cambiarte la vida. 


Ahora, después de seis años viviendo en Berlín, puedo decir que he encontrado esa librería con la que soñaba. Se llama Bartleby, en homenaje al escritor que no escribe; como relató Herman Melville en su cuento Bartleby, el escribiente, y reinterpretó Enrique Vila-Matas en su inclasificable y maravillosa novela Bartleby y compañía. He leído ambos, así que no podía dejar de visitarla.



Es una librería muy especial, cuyo propósito es traer a Berlín un fondo de autores y editoriales no mayoritarios en lengua castellana (aunque también tienen una pequeña sección de libros en otras lenguas). Cuentan también con libros de segunda mano y una sección de préstamo. Hay una mesita donde uno puede sentarse a tomar una cerve o un vermut mientras le viene la inspiración o decide qué libro llevarse. Estoy segura de que muchos lectores en español en Berlín echábamos de menos algo así, siempre esperando a los viajes al terruño para traernos la literatura en la maleta, encargando libros, a veces no tan fáciles de encontrar, a nuestros sufridos visitantes o comprándolos por Internet. Bartleby tiene un amplio fondo de ficción, pero también ensayos, y por lo que pude ver cada libro tiene un buen motivo para estar allí (muy buena y cuidada selección).



El viernes pasado tuve la excusa perfecta para visitarla. Tao Lin iba a presentar allí su última novela, Taipei. De él he leído Richard Yates, que por cierto compré en una librería molona de Madrid, Tipos Infames y de algún rincón extraño de mí misma salió una faceta groupie, "Quiero oírle recitar y que me firme el libro". 

Fue una tarde linda. Conocí a Adrián y a Ana, los libreros, Ana me recomendó libros que estoy deseando empezar a leer y hablamos un rato de literatura con mucha pasión, como si ya nos conocieramos (o esa fue mi impresión). Me gustó mucho el ambiente y espero pasarme más a menudo, fisgonear y poder charlar de libros y pasiones compartidas.

jueves, 20 de febrero de 2014

La aventura formidable del hombrecillo indomable, Hans Traxler



(Reseña de libro infantil)

La aventura formidable del hombrecillo indomable es la primera de mis lecturas infantiles recomendadas porque fue uno de mis libros favoritos cuando era niña.

Los libros que leemos a cuatro manos y dos pares de ojos (es decir, los libros que le leo a mi hija, los que le gustan a ella, los que me gustan a mí y los que nos flipan a las dos) también son interesantes de comentar. 

A todas/os los que tengáis pequeñas personas cerca os recomiendo que les leáis, todo lo que os apetezca y más, nunca será demasiado y con un poco de suerte les contagiaréis la pasión por los libros. Eso sí, la hora de los cuentos por la noche se puede eternizar, doy fe. 

La aventura formidable de hombrecillo indomable es un álbum ilustrado de Hans Traxler, está editado por Altea Benjamín y tiene la friolera de 31 años. Salió por primera vez en alemán con el título Es war einmal ein Mann, y la edición española data de 1983.

Conservo este maravilloso álbum ilustrado de cuando era pequeña, muy pequeña, quizá es de los primeros libros que recuerdo, junto con Rosa Caramelo, La bruja Carracuca y Qué risa de huesos. Eso sí, su estado general deja un poco que desear.

Aún no había aprendido a cuidar los libros.








































































Recuerdo como pedía que me lo leyeran una y otra vez hasta que me lo aprendí de memoria, a M. también se le quedan grabadas sus surrealistas y divertidísimas rimas. 

Es una historia redonda, que empieza así: "Un hombrecillo un verano, encontró una esponja a mano. Cuando nadie le miraba, la estrujó a ver qué pasaba......" y le pasó de todo. 

Un viaje por mar en un tonel, una cama y un barco de papel; encuentros con todo tipo de personajes como un cocinero gordo o una familia de ruidosos castores; viajes por China, el desierto y Roma (transportado por una asamblea de gallinas); y peripecias a cual más loca, hasta acabar volando a la luna gracias a una camisa mágica.

Cada imagen literaria esconde una nueva en la siguiente frase, como un juego de encadenamiento, y las ilustraciones acompañan inmejorablemente al texto para crear esta pequeña joya que celebra el humor del absurdo y que os recomiendo leer y mirar.

P.D.: Casi con seguridad el libro está descatalogado, pero quizá se pueda encontrar en alguna biblioteca o rebuscando en librerías de viejo. Iberlibro es un portal online que reúne cientos de librerías de lance con sus catálogos accesibles a través de la página. 


(He descubierto que el libro ha sido reeditado. Si no lo encontráis en vuestra librería de barrio o en la biblioteca, podéis comprarlo a través de este enlace:

jueves, 13 de febrero de 2014

¿Por qué decido abrir un blog?



Esta entrada no trata sobre libros, trata sobre mí y mi relación con Internet.



Horror, terror , pavor, y gustirrinín.
Llevo un tiempo (más o menos un año) pensando en abrir un blog personal. El concepto es atrayente: algo privado que hable de mí, de lo que me interesa, y que me sirva como reflexión y estímulo para escribir, pero que a la vez sea público, en el sentido de abierto al exterior. 

¿Qué mejor forma de exponer la subjetividad sin exponerse realmente? Un sutil alimento del ego no tan obvio como para que me avergüence (Aún recuerdo como con 20 años reunía a mis amigos en un banco del parque para leerles mis intentos de acercarme a la ficción, y me dan escalofríos de pudor), pero sí lo suficientemente narcisista como para desear que me lean, amigos y desconocidos, y que muchos dedos reales aprieten el engañoso dedo virtual del Facebook.


Me he decidido a llevarlo a cabo no sin cierta contradicción interna. ¿Qué sentido tiene alimentar más la explosión de "yoes" amplificados e hipernarcisistas que inundan Internet? ¿A quién le puede interesar una opinión o un comentario nuevo entre un millón? No lo sé, pero quizá no importa. 

No puedo sacudirme la sensación de haber llegado tarde a la fiesta, cuando solo quedan los culos de las botellas y las chustas, cuando la gente empieza a estar aburrida y se duermen, o se van. 

Creo que el primer contacto que tuve con los blogs fue a través de dos amigos: Natalia y Fernando, que abrieron sus respectivos sitios, Lunares en los bolsillos y Zombiblogia a mediados de la década del 2000. A mí me parecía algo mágico, así que no les pregunté cómo se hacía aquello ni nada por el estilo. Sus blogs aún están activos aunque ya no escriben en ellos.


Hasta el año 2009 yo no tuve acceso a Internet en casa y mis acercamientos a la red fueron tímidos y lentos. En el 2010, y embarazada de siete meses, tuve que guardar reposo absoluto por amenaza de parto prematuro = mucho tiempo para pensar, leer, y navegar... me enganche sin remedio. Desde entonces hasta hoy me he convertido en una devoradora de información en Internet, y los blogs tienen buena culpa de ello. Se me abrió un mundo ("¿Quién puede querer ver la tele teniendo ESTO?").

Cuando nació mi hija empecé a leer blogs de maternidad. Era fascinante, madres, y algún padre, desnudando la intimidad cotidiana de crianza de su prole, experiencias de todo tipo, consejos, recomendaciones de libros, recursos. He leído blogs de madres: entregadas, modernas, cocineras, forofas del DIY, esencialistas, lactivistas, subversivas, dogmáticas y cursis. Literalmente de TODO. 
Este furor lo alternaba con las páginas de supervivencia, sobre el pico del petróleo (aquí) y sus consecuencias, ecologismo (huertos urbanos, decrecimiento, bioconstrucción, reciclaje, redes de trueque, etc.), consolándome con la idea de que si en este momento de mi vida no puedo realizar la praxis tendré que aprender todo lo necesario en la teoría, o como alimentar mis fantasías de convertirme en una survirvalista autosuficiente. Esto es solo una muestra a la que hay que añadir el gran cajón de cosas variadas que uno nunca sabe donde colocar. 

El año pasado mi prima y yo intentamos poner en marcha un proyecto de ganchillo, Caxigalinas, en el que yo ya no sigo pero para el que pasé muchísimas horas documentándome sobre todo tipo de artesanías, manualidades, artículos hechos a mano y el mundo de los negocios crafter en Internet.
He de reconocerlo, los hipervínculos son mi perdición y abrir ventanas emergentes un vicio (in)confesable. Cuando descubrí los marcadores con sus posibilidades de crear subcarpetas y ramificarlas ad infinitum abrí la caja de Pandora al "coleccionismo sin límites de espacio". 
Había caído en las redes del imperio clasificador, cuyo poder no has de subestimar. Me apasiona ese trabajo de almacenamiento, a pesar de su punto Diógenes. No pocas veces me produce más placer documentarme, hacer la selección, nombrar y clasificar los enlaces que leerlos (hay que racionar las horas que uno pasa  delante de la bestia). Así que siento una dicotomía entre el orgullo: "es como si hubiera hecho un máster en Biliotecoeconomía y Documentación virtual, y quiero mi título que lo acredite", y la penuria: "la puta red es un saco sin fondo que se come el tiempo de vida real".

¿Y a qué venía todo esto? Seguiré contándolo en otro momento, aun a riesgo de aburrir a los osos.

P.D.: Teniendo en cuenta los sinsabores y frustraciones que me da el mercado laboral no descarto dedicarme profesionalmente a clasificar la información virtual de personas con dinero y sin fuerza para enfrentarse a sus masas informes de datos, que algunos llaman el Googlum. No dudéis en avisarme si buscáis ese tipo de ayuda que os saque del hoyo de las carpetas infinitas.

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