Esta entrada no trata sobre libros, trata sobre mí y mi relación con Internet.
Horror, terror , pavor, y gustirrinín. |
Llevo un tiempo (más o menos un año) pensando en abrir un blog personal. El concepto es atrayente: algo privado que hable de mí, de lo que me interesa, y que me sirva como reflexión y estímulo para escribir, pero que a la vez sea público, en el sentido de abierto al exterior.
¿Qué mejor forma de exponer la subjetividad sin exponerse realmente? Un sutil alimento del ego no tan obvio como para que me avergüence (Aún recuerdo como con 20 años reunía a mis amigos en un banco del parque para leerles mis intentos de acercarme a la ficción, y me dan escalofríos de pudor), pero sí lo suficientemente narcisista como para desear que me lean, amigos y desconocidos, y que muchos dedos reales aprieten el engañoso dedo virtual del Facebook.
Me he decidido a llevarlo a cabo no sin cierta contradicción interna. ¿Qué sentido tiene alimentar más la explosión de "yoes" amplificados e hipernarcisistas que inundan Internet? ¿A quién le puede interesar una opinión o un comentario nuevo entre un millón? No lo sé, pero quizá no importa.
No puedo sacudirme la sensación de haber llegado tarde a la fiesta, cuando solo quedan los culos de las botellas y las chustas, cuando la gente empieza a estar aburrida y se duermen, o se van.
Creo que el primer contacto que tuve con los blogs fue a través de dos amigos: Natalia y Fernando, que abrieron sus respectivos sitios, Lunares en los bolsillos y Zombiblogia a mediados de la década del 2000. A mí me parecía algo mágico, así que no les pregunté cómo se hacía aquello ni nada por el estilo. Sus blogs aún están activos aunque ya no escriben en ellos.
Hasta el año 2009 yo no tuve acceso a Internet en casa y mis acercamientos a la red fueron tímidos y lentos. En el 2010, y embarazada de siete meses, tuve que guardar reposo absoluto por amenaza de parto prematuro = mucho tiempo para pensar, leer, y navegar... me enganche sin remedio. Desde entonces hasta hoy me he convertido en una devoradora de información en Internet, y los blogs tienen buena culpa de ello. Se me abrió un mundo ("¿Quién puede querer ver la tele teniendo ESTO?").
Cuando nació mi hija empecé a leer blogs de maternidad. Era fascinante, madres, y algún padre, desnudando la intimidad cotidiana de crianza de su prole, experiencias de todo tipo, consejos, recomendaciones de libros, recursos. He leído blogs de madres: entregadas, modernas, cocineras, forofas del DIY, esencialistas, lactivistas, subversivas, dogmáticas y cursis. Literalmente de TODO.
Este furor lo alternaba con las páginas de supervivencia, sobre el pico del petróleo (aquí) y sus consecuencias, ecologismo (huertos urbanos, decrecimiento, bioconstrucción, reciclaje, redes de trueque, etc.), consolándome con la idea de que si en este momento de mi vida no puedo realizar la praxis tendré que aprender todo lo necesario en la teoría, o como alimentar mis fantasías de convertirme en una survirvalista autosuficiente. Esto es solo una muestra a la que hay que añadir el gran cajón de cosas variadas que uno nunca sabe donde colocar.
El año pasado mi prima y yo intentamos poner en marcha un proyecto de ganchillo, Caxigalinas, en el que yo ya no sigo pero para el que pasé muchísimas horas documentándome sobre todo tipo de artesanías, manualidades, artículos hechos a mano y el mundo de los negocios crafter en Internet.
He de reconocerlo, los hipervínculos son mi perdición y abrir ventanas emergentes un vicio (in)confesable. Cuando descubrí los marcadores con sus posibilidades de crear subcarpetas y ramificarlas ad infinitum abrí la caja de Pandora al "coleccionismo sin límites de espacio".
Había caído en las redes del imperio clasificador, cuyo poder no has de subestimar. Me apasiona ese trabajo de almacenamiento, a pesar de su punto Diógenes. No pocas veces me produce más placer documentarme, hacer la selección, nombrar y clasificar los enlaces que leerlos (hay que racionar las horas que uno pasa delante de la bestia). Así que siento una dicotomía entre el orgullo: "es como si hubiera hecho un máster en Biliotecoeconomía y Documentación virtual, y quiero mi título que lo acredite", y la penuria: "la puta red es un saco sin fondo que se come el tiempo de vida real".
Había caído en las redes del imperio clasificador, cuyo poder no has de subestimar. Me apasiona ese trabajo de almacenamiento, a pesar de su punto Diógenes. No pocas veces me produce más placer documentarme, hacer la selección, nombrar y clasificar los enlaces que leerlos (hay que racionar las horas que uno pasa delante de la bestia). Así que siento una dicotomía entre el orgullo: "es como si hubiera hecho un máster en Biliotecoeconomía y Documentación virtual, y quiero mi título que lo acredite", y la penuria: "la puta red es un saco sin fondo que se come el tiempo de vida real".
¿Y a qué venía todo esto? Seguiré contándolo en otro momento, aun a riesgo de aburrir a los osos.
P.D.: Teniendo en cuenta los sinsabores y frustraciones que me da el mercado laboral no descarto dedicarme profesionalmente a clasificar la información virtual de personas con dinero y sin fuerza para enfrentarse a sus masas informes de datos, que algunos llaman el Googlum. No dudéis en avisarme si buscáis ese tipo de ayuda que os saque del hoyo de las carpetas infinitas.
Bienvenida a la blogsfera! Que alegria poderte leerte desde la distancia. Prometo seguir y comentar. De momento te mando muchos besos.
ResponderEliminarHola, Bárbara. ¡Eres mi primera comentarista! Me alegro mucho de este reencuentro entre bits.
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