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jueves, 7 de mayo de 2015

Situaciones berlinesas, Raul Zelik


Como ya sabéis mi madre es una gran admiradora de Berlín, y además de venir a vernos (a mí y a su nieta) siempre que puede, se dedica a leer todo lo que cae en sus manos sobre la ciudad. 
Hoy le cedo el espacio para que os hable de la novela Situaciones berlinesas del escritor Raul Zelik.


Berlín, finales de los noventa, han pasado varios años desde la reunificación, Mario empieza la treintena en un estado de crisis y confusión que le lleva a poner patas arriba el tipo de vida que ha llevado hasta el momento

La crisis empieza en su WG (casa compartida) del barrio de Kreuzberg, es genial la descripción de los compañeros de piso, de la  forma de vida y de los conflictos que se dan en este tipo de viviendas, muy habituales en Berlín. 
Por un hecho casual y empujados por la precariedad económica endémica de sus miembros,  se convierten en “cobradores de deudas a morosos” lo que les lleva a vivir situaciones increíbles.

A lo largo de los capítulos vamos recorriendo distintos barrios del Berlín de aquellos años, desde los más obreros y marginales como Neukölln, hasta los más pijos y exclusivos como Charlottenburg.

El autor nos va enseñando una galería de personajes de los que no deja títere con cabeza y riéndose de todos y de todo: La madre que se ha bajado en todas las estaciones de la progresía pero que ahora parece haber cogido un tren bastante conservador; el hermanastro rico y triunfador gracias a sus chanchullos y especulaciones  inmobiliarias  propiciadas por la caída del muro y el trabajo barato de inmigrantes ilegales, pero que está pasando por un bache agravado por las  exigencias de sus numerosas ex esposas y su preocupación por un hijastro adolescente adicto a los ordenadores y hacker de alto riesgo; los trabajadores ilegales del Este y sus dificultades para sobrevivir, incluidas las del idioma. No se sabe qué provoca más risa si el alemán macarrónico con el que la mayoría  de ellos se defiende o el alemán “supercorrecto” del más listo que hace siempre de traductor, que ha debido aprender el idioma en los cursos del Goethe Institut y que es tan cursi y relamido que deja estupefactos a todos los berlineses que le escuchan. También cuenta las dificultades de relación del protagonista con su novia serbia no solo por las diferencias culturales  sino por la tremenda inseguridad de Mario, un autentico analfabeto sentimental que desde su  egocentrismo no entiende nada de lo que pasa a su alrededor y huye de cualquier forma de compromiso.

Con este libro te ries a carcajadas, pero cuando lo cierras te das cuenta de que el autor ha usado el humor para hacer una crítica feroz y muy lúcida de la sociedad en que vivimos y no solo en Alemania: la corrupción, la precariedad laboral, los trabajadores sin derechos, la pobreza, la desigualdad, la emigración ilegal.... y también la vida en nuestras ciudades cada vez más dura y difícil, y cómo afecta a nuestras relaciones personales y sentimentales.
                                                                          (Isabel Sánchez)







 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Personajes de Berlín

Como sé que os ha gustado mucho la entrada sobre Berlín visto por mi madre, hoy publico la segunda entrega escrita por ella. Esperamos que os guste.

La palabra multi-kulti se ha convertido en un término que en gran medida define a Berlín. Significa multicultural y, en efecto, en Berlín puedes ver gente de todo tipo, una enorme mezcla de razas y culturas que aparentemente conviven sin grandes problemas en una ciudad en la que se respira tolerancia, libertad y en la que nadie parece extrañarse de nada.


La ciudad está llena de personajes que son como una fauna bizarra y muy curiosa a ojos del turista. Esta es una lista con algunos de sus especímenes: 

  • Viejos gruñones: Berlineses de toda la vida siempre dispuestos a echarte la charla por incumplir cualquiera de las reglas que ellos consideran sagradas. Yo, cuando me encuentro en una de estas situaciones, intento decir: “Entschuldigung, ich bin Spanisch” (perdone, soy española), para después salir pitando y huir de sus malhumoradas retahílas. También existe la variante  amable, normalmente femenina, que te suelta grandes parrafadas con una sonrisa picara y cariñosa, siempre me come la curiosidad por saber qué habrán querido decirme.
  •  Inspectores de transporte: Cada vez más numerosos, su  truco para pillar a los viajeros sin billete es ir vestidos de paisano, puede ser cualquiera: el macarra musculitos que tienes al lado, la pareja joven que se está dando el lote, una mujer madura de generosa anatomía… pero cuando el tren arranca se ponen en acción y son implacables; una vez que agarran una presa no la sueltan, no valen cuentos ni excusas, y tampoco te libra ser extranjero y poner cara de tonto.


  • Hausmeister (maestro de la casa): Hombre alemán grandón de mediana edad con mono de tirantes lleno de bolsillos de los que sobresalen herramientas de todo tipo; no es un portero al uso sino el verdadero jefe del edificio, que se encarga de que todo funcione. En España sería algo así como la persona de mantenimiento, pero su análogo alemán es mucho más que eso. Este retrato está basado en Thomas, maravilloso Hausmeister de unos estupendos apartamentos turísticos en la Hermannstrasse en los que me he alojado a menudo, y que además de ser eficaz es cariñoso y simpatiquísimo igual que su mujer, Jeannette. Y sí, aunque mucha gente os diga lo contrario, existen alemanes amables y cercanos, por lo menos esa es mi experiencia.

  • Turcos: Puedes ver la variante masculina en los mercados al aire libre pregonando a gritos sus mercancías y precios; el volumen y el sonsonete son los mismos que hasta hace poco se oían en los puestos de nuestro país, también puedes “sufrirlos” jóvenes y chulitos, conduciendo coches de marca a gran velocidad y con la música a todo volumen; otros, sobre todo los de más edad, dan la impresión de pasar la mayor parte del día sentados en cafés fumando en pipa y viendo pasar la vida. A las mujeres se las ve cada vez más tapadas y rodeadas de niños. Siempre me llaman la atención, en las consultas médicas, las mujeres ya mayores sin hablar una palabra de alemán, haciendo ganchillo para matar la espera con una habilidad y una rapidez increíbles, creo que la vida que llevan en Berlín es exactamente la misma que podrían llevar en Estambul: la casa, los hijos, el marido y arrastrar las sayas y los velos, mirando solo el suelo de las aceras. Esta rutina debe romperse a veces en las fiestas, bodas y bautizos, solo hay que ver los escaparates de las numerosas tiendas con trajes de ceremonia a cual más recargado y brillante; aunque también hay chicas jóvenes muy pintadas, alegres, modernas y simpáticas, como las dependientas de una cafetería en Hermannplatz, a las que solo conocíamos de desayunar cinco días y que al vernos con las maletas nos regalaron bollos para nuestro viaje de vuelta.
(Cuando leo el párrafo anterior me siento incomoda  y creo que soy muy atrevida opinando de gente a la que no conozco en absoluto, y que he caído en todos los tópicos habidos y por haber, espero en otro momento dar una visión más justa y cercana.) 
  • Naturistas, vegetarianos, veganos y otras hierbas: Berlín es el reino de “lo verde” y no me refiero a sus parques sino a lo que venimos llamando lo ecológico. Está lleno de tiendas Bio y estos productos también se venden habitualmente en supermercados. Mi hija vivió algunos meses en una WG (casa compartida) En Sonnenalle 70. Sus compañeros veganos todavía deben recordar con espanto la bolsa llena de restos de embutidos españoles que mi sobrina se dejó olvidada en la casa ese verano cuando fue a ver a Aida.

  • Artistas: Es curioso que siempre se habla del exilio juvenil, de la fuga de cerebros e ingenieros y sin embargo nunca se comenta que una gran parte de nuestros artistas viven, o mejor diríamos malviven, fuera de España. En algunos de mis viajes estuve acogida en la casa-estudio de dos artistas españoles a los que quiero mucho. La casa está construida al fondo de un patio, y para mí es un espacio muy especial, apacible y tranquilo, con muy pocos muebles pero llena de todo tipo de objetos y materiales, con olor a pintura, con las escaleras abarrotadas de cuadros cuyas formas y colores me animaban a empezar el día. Varias veces al año la convierten en una galería abierta a todo el que quiera disfrutar de su obra y de sus performances.


  •  Hipsters: Normalmente jóvenes modernos de clase media-alta, que aunque en teoría están en contra del consumo, sin embargo la impresión que me dan es que son esclavos de su aspecto: grandes gafas, barbas, camisetas rotas, pantalones estrechos, minifaldas, parkas, bicicletas caras, todo con un aspecto vintage y descuidado que no engaña a nadie porque la realidad es que van “hechos un pincel”, su llegada masiva anuncia que el barrio en cuestión se está gentrificando, es decir: quítate tú (alemán anciano, turco, artista pobre, etc.) que ya vengo yo porque me mola este barrio tan guay. Esto supone la subida del precio de los alquileres y la expulsión de los antiguos habitantes a zonas cada vez más lejanas y deterioradas. Este fenómeno ya se ha dado en barrios emblemáticos de Berlín como Prenzlauer Berg y Kreuzberg, ahora la tribu hipster está ya “colonizando” Neukölln. Egoístamente hay que reconocer que el barrio se limpia y adecenta, se rehabilitan muchos edificios, surgen nuevas tiendas de diseño,  cafés y restaurantes de moda, pero todo se encarece y al final el barrio acaba perdiendo parte de su antiguo encanto y convirtiéndose en un escaparate para turistas.

    (Isabel Sánchez)












jueves, 30 de octubre de 2014

Imágenes de Berlín

Ya os estaréis acostumbrando a que en el blog, además de libros, muchas veces hay asuntos: reflexiones, cuentos y cosas que se me ocurren. Hoy me acompaña una pluma invitada (y muy cercana) que os va a hablar sobre Berlín, la ciudad en la que vivo, pero de la que no hablo mucho por aquí. A ver qué os parecen sus imágenes de la ciudad.

Mi hija y mi nieta viven en Berlín, y yo voy dos o tres veces al año. Mi impresión de la ciudad no es la de la típica turista que está unos días en un hotel y va corriendo de un sitio a otro para ver los lugares más emblemáticos, pero tampoco puede decirse que la conozca a fondo, sobre todo porque mi alemán se limita a unas pocas frases y porque suelo moverme siempre por los mismos barrios (Neukölln y Kreuzberg), en general fuera de los circuitos turísticos habituales.

Así que lo que voy a contaros son las impresiones subjetivas que ha ido dejándome la ciudad y, como buena española, veréis que continuamente hago comparaciones con mi país.
Dicen que cada ciudad tiene un olor particular, la primera vez que llegué a Berlín el olor me recordó al de los veranos de mi infancia en Gijón: humedad, prados verdes, carbón… Me parecía que la ciudad estaba dentro de un bosque y que en los claros habían ido surgiendo los barrios. También huele a río y a veces casi a mar. El Spree, sus canales y sus puentes van recorriendo y marcando la ciudad y sus orillas, a veces verdes y otras fabriles, y son una parte importante del encanto de Berlín
Otro tópico que se me derrumbó fue el idioma: parece que el alemán tiene que ser duro, seco, estridente, y sin embargo al oído (por supuesto sin entender una palabra) suena suave, claro, musical, pronunciado en voz baja y con continuas formulas de cortesía y no a gritos como es habitual entre nosotros.
La luz de Berlín es melancólica y singular, y su climatología variable e impredecible. En un mismo día el cielo puede estar negro, luego llover a cantaros y de repente desaparecer las nubes y estallar el sol. Guardo una imagen impactante que se me ha quedado grabada: uno de esos días, después de una gran tormenta, vi una luz espectacular al final de una calle y de repente salí a un espacio verde que se extendía inmenso ante mí, con personas paseando a lo lejos, a las que la distancia hacía parecer pequeños muñecos; luego me enteré de que era el famoso aeropuerto de Tempelhof, que hacía poco que había sido cerrado y que ahora es un gigantesco espacio verde de ocio y disfrute para los berlineses: Cometas, bicis, barbacoas, huertos… Para mí  es un lugar especial lleno de recuerdos de  paseos con mi hija y mi nieta, que viven muy cerca. Allí oí a mi nieta diciendo sus primeras palabras en alemán, levantando un dedo y diciendo con su vocecilla: “Ein Eis, bitte”. (un helado, por favor).

Me gusta mucho la arquitectura y los espacios urbanos de la ciudad, y cada vez me parecen más llamativas las diferencias entre Madrid y Berlín. Parecen dos viejas damas que han vivido mucho:

Una de ellas, Madrid, era bonita, sencilla, algo provinciana pero con mucho encanto; en los años 80 le dicen que le ha tocado la lotería y como es muy alegre y con muchas ganas de vivir se lanza a hacer obras en la casa y a comprarlo todo nuevo, y a los pocos años se da cuenta de que el dinero de la lotería se ha esfumado, que los muebles eran muy brillantes y modernos pero de pésima calidad, y que los que tiró a la basura ahora son vintage, valen un riñón en las tiendas de antigüedades y para colmo ella se ha hecho un montón de operaciones de estética y ya nadie la reconoce.

Berlín sin embargo es una señora solida, austera pero orgullosa de su pasado imperial e industrial, y consciente también de su pasado oscuro, el nazismo, para no repetirlo nunca más. Una dama que quiere conservar la memoria y sus señas de identidad gastando lo menos posible.

La primera vez que me perdí paseando por Berlín muchas cosas me recordaron al Madrid de  los años cincuenta, pero a una escala mucho mayor: grandes calles, plazas y avenidas, parques que parecen bosques, inmensas  estaciones de metro, tranvías… y a  pesar del paso de los años y de la guerra, parece que todo se ha conservado tal y como estaba. Los barrios y los edificios parecen antiguos, y como esto es imposible después de los bombardeos, se supone que muchos los han reconstruido piedra a piedra y que se ha intentado mantener todo tal y como era: los picaportes de metal, las escaleras con ventanas de vidrio antiguo, las tarimas y las antiguas estufas de cerámica. Las calles siguen conservando los adoquines, y de noche la iluminación es escasa. Se han conservado estaciones de metro de los años 20 con su estética art deco: los mismos azulejos, las lámparas, etc., y cuando se restauran (una a una, con mucha calma y muy poca maquinaria y personal) se respetan escrupulosamente los materiales originales.

Aún me quedan muchas cosas que contar de Berlín; a estas alturas ya habréis adivinado que mi hija es Aida, la autora del blog, así que si me deja os amenazo con una segunda entrega  y con editar juntas una miniguía de Berlín.


  




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