En esta entrada el libro de marras, Joaquín Sabina, perdonen la tristeza, de Javier Menéndez Flores es sobre todo una excusa para hablar de la persona, el cantante, el personaje, pero sobre todo de lo que han significado para mí las canciones de Joaquín Sabina. Él, como otras cosas a las que hago referencia en este blog ocupa, en primer lugar, un lugar en mi memoria.
Segunda mitad de los años 80. Es martes, mi padre me lleva en su R5 a casa de mi madre cuando cae la noche sobre Madrid y yo contemplo las luces de la ciudad desde el asiento trasero escuchando Pisa el acelerador o Pongamos que hablo de Madrid, banda sonora de un tiempo sencillo y cheli. Y esto es como un germen de una pasión que aún perdura. Otra imagen son los playbacks del álbum Hotel dulce hotel que interpretaba con emoción plantándome una bufanda a modo de minifalda. Y casi sin darme cuenta convertir a Sabina en el cantor de mi adolescencia en línea diametralmente opuesta a mi descubrimiento del punk patrio. Calle melancolía y Quién me ha robado el mes de abril escuchadas una y otra vez en el walkman, en esa cinta que me grabó N. y que luego reinterpretábamos en las tardes de guitarra y porros en su casa con vistas al parque de las 7 tetas. Y Mentiras piadosas, el primer CD que me compré en mi vida.
Aquel Sabina trovador del marginado y de un Madrid que ahora tanto añoro y que ya no existe. El poeta callejero que se trabaja las calles encontrando historias, de lumpen y amores de equina. El que convierte las ciudades, a los perdedores, a las mujeres que ama y las que le dejan por imposible en canciones imprescindibles de la música española.
Luego pasé años, a partir de la publicación de 19 días y 500 noches, en que dejé de escucharlo, como si ya no significara nada para mí, casi sintiendo una especie de rechazo al triunfador y cantante de las masas en que yo creía que se había convertido.
Pero un tiempo después, cuando descansé lo suficiente de su música, descubrí su primer disco, Inventario, y la canción que da título al álbum y 1968 volvieron a alimentar mis fantasías de desamores, frustración, utopía, cinismo y esperanzas:
"Las cosas que me dices cuando callas
los pájaros que anidan en tus manos
el hueco de tu cuerpo entre las sábanas
el tiempo que pasamos insultándonos (...)
El llanto en las esquinas del olvido (...)
El pasado ladrando como un perro
el exilio, la dicha, los retratos.
La lluvia, el desamparo, los discursos
los papeles que nunca nos unieron
la redención que busco entre tus muslos
tu nombre en la cubierta del cuaderno (...)
El silencio que esgrimes como un muro
tantas cosas hermosas que se han muerto
El naufragio de tantas certidumbres
el derrumbe de dioses y de mitos
la oscuridad en torno como un túnel
la cama navegando en el vacío (...)
El insomnio, la ausencia, las colillas
el arduo aprendizaje del respeto
las heridas que ya ni Dios nos quita (...)" (Joaquín Sabina, Inventario)
Se me ponen los pelos de punta cada vez que la escucho.
El libro no es especialmente revelador, más allá de una crónica de discos, actuaciones y pinceladas de la vida privada del músico de Jaén. Eso sí, los dos primeros capítulos, en los que se habla de su infancia, su familia, sus anhelos, lecturas e ideales de la adolescencia y juventud, el exilio de ocho años en Londres y la gestación de sus primeras canciones sí me han servido para conocer más a la persona cuyas canciones han sido tan importantes en mi propia trayectoria vital. Para volver a apreciar esas letras que hacen de él, bajo mi punto de vista, un inmenso poeta urbano que dignifica lo que otros no quisieron tocar en sus canciones: putas, yonquis, quinquis y todo aquel que no triunfó. El cantautor, el roquero, el crápula, el desengañado, el cínico... Un letrista en estado de gracia
Me lo imagino en su azotea con vistas a la Plaza Mayor de Madrid, durmiendo de día, viviendo de noche, cerrando bares mientras se empapa de vida y la canta, aunque le duela.
Y ahora, como todas las cosas que pasan por algo, recupero a Sabina y me lo bebo a morro.
Libro solo recomendable para fans acérrimos.
"Aunque muera el verano
y tenga prisa el invierno
la primavera sabe que la espero en Madrid". (Yo me bajo en Atocha)
Pero un tiempo después, cuando descansé lo suficiente de su música, descubrí su primer disco, Inventario, y la canción que da título al álbum y 1968 volvieron a alimentar mis fantasías de desamores, frustración, utopía, cinismo y esperanzas:
"Las cosas que me dices cuando callas
los pájaros que anidan en tus manos
el hueco de tu cuerpo entre las sábanas
el tiempo que pasamos insultándonos (...)
El llanto en las esquinas del olvido (...)
El pasado ladrando como un perro
el exilio, la dicha, los retratos.
La lluvia, el desamparo, los discursos
los papeles que nunca nos unieron
la redención que busco entre tus muslos
tu nombre en la cubierta del cuaderno (...)
El silencio que esgrimes como un muro
tantas cosas hermosas que se han muerto
El naufragio de tantas certidumbres
el derrumbe de dioses y de mitos
la oscuridad en torno como un túnel
la cama navegando en el vacío (...)
El insomnio, la ausencia, las colillas
el arduo aprendizaje del respeto
las heridas que ya ni Dios nos quita (...)" (Joaquín Sabina, Inventario)
Se me ponen los pelos de punta cada vez que la escucho.
El libro no es especialmente revelador, más allá de una crónica de discos, actuaciones y pinceladas de la vida privada del músico de Jaén. Eso sí, los dos primeros capítulos, en los que se habla de su infancia, su familia, sus anhelos, lecturas e ideales de la adolescencia y juventud, el exilio de ocho años en Londres y la gestación de sus primeras canciones sí me han servido para conocer más a la persona cuyas canciones han sido tan importantes en mi propia trayectoria vital. Para volver a apreciar esas letras que hacen de él, bajo mi punto de vista, un inmenso poeta urbano que dignifica lo que otros no quisieron tocar en sus canciones: putas, yonquis, quinquis y todo aquel que no triunfó. El cantautor, el roquero, el crápula, el desengañado, el cínico... Un letrista en estado de gracia
Me lo imagino en su azotea con vistas a la Plaza Mayor de Madrid, durmiendo de día, viviendo de noche, cerrando bares mientras se empapa de vida y la canta, aunque le duela.
Y ahora, como todas las cosas que pasan por algo, recupero a Sabina y me lo bebo a morro.
Libro solo recomendable para fans acérrimos.
"Aunque muera el verano
y tenga prisa el invierno
la primavera sabe que la espero en Madrid". (Yo me bajo en Atocha)
Luego me paso a leer la entrada con calma y comentar, ahora te dejo mi mail: entremontonesdelibros@gmail.com
ResponderEliminarMe envías lo que quieres que suba :-)
Gracias y un abrazo
Que de nostalgias, recuerdos, sensaciones y poemas ( porque es un buen poeta, aunque no lo reconozcan los exquisitos).
ResponderEliminarSiempre me llamo la atención lo mucho que os gustaba Sabina de pequeños, a ti, a Raul, a Ignacio,...
Ahora tengo la sensación de que ha desaparecido sin dejar rastro, lo mismo que la época que tan bien supo cantar y que nadie lo ha sustituido.