Soy consciente de que esta entrada, y mi opinión sobre la tesis del libro del que voy a hablar, puede generar sorna y risas en muchos de los que me leéis, pero aún así he querido hablar de él y compartirlo porque el interés por estos temas también forma parte de mí.
El nombre de su autor, Javier Sierra, se asocia casi siempre a Iker Jiménez y sus programas de misterio y fantasmas en radio y televisión; y sus temas son ampliamente considerados como estupideces o cosas peores. No es mi caso, bueno, con matices.
Iker Jiménez me parece un gran comunicador, una persona con una habilidad especial para contar historias, crear un clímax en la audiencia y despertar la imaginación del oyente, aunque también es cierto que casi no le he visto en la tele, y que su cara y gestos pueden romper en pedazos el carisma de su voz.
Por eso me quedo con sus programas de radio, que me han acompañado en interminables horas de limpiar bares y mierda ajena, y que me han trasladado a lugares y acontecimientos lejanos y extraños.
Hace muchos años empecé escuchando Espacio en blanco, de Miguel Blanco, en la cama, con los ojos entrecerrados por el sueño debido a las altas horas de la noche a la que se emitía. Pero en los últimos tiempos los temas e invitados del programa me parecían cada vez más insípidos y políticamente correctos y, por aburrimiento, dejé de seguirlo. Entonces, aunque al principio tenía algunas reticencias, empecé a escuchar Milenio 3, pero como lo oía en diferido, a través del podcast, solo me descargaba los programas que me interesaban, aquellos sobre vestigios extraterrestres, civilizaciones perdidas, transhumanismo y conspiraciones variadas. Los programas sobre fantasmas, psicofonías, casas encantadas y médiums no me atraen, además de que me dan miedo.
Lo que quiero hacer notar es que los temas que me interesan están en la línea de la ciencia ficción, a la que tan aficionada soy, y me los tomo con una mezcla de credulidad e incredulidad en suficiente equilibrio como para emocionarme, hacerme soñar y fantasear con mitos, posibles realidades y explicaciones alternativas a la plana realidad del día a día.
Me gusta imaginarme el universo, su grandeza, meteoritos desprendiéndose de sus constelaciones y fecundando nuestro planeta con su panesperma extraterrestre. Fantaseo con civilizaciones ancestrales, de las que solo quedan vestigios, y cuyas huellas puedo rastrear... En estas fantasías supongo que influye la fascinación que despertaba en mí El doctor Jones ("Indi"), y un Harrison Ford joven y potentorro, cuando todavía era una cría.
Y entonces me encuentro con La edad de oro, y mientras lo leo, igual que me pasó con El retorno de los brujos y otros libros medio esotéricos que he merendado a lo largo de vida, me zambullo en lo que cuenta Javier Sierra, en la investigación que le ha llevado a recorrer todo el globo durante décadas en busca de esas huellas ocultas, en sus encuentros con personajes estrambóticos, tiernos y bastante bizarros que salpican sus páginas.
Y descubro la relación entre las pirámides de Egipto, las pirámides Mayas, las catedrales góticas de Francia y el pueblo Dogón. Salen a la luz las analogías (quizá solo poéticas) que conectan los mitos de las culturas sumeria y peruana. Las ruinas de la Atlántida, mapas imposibles y pinturas renacentistas con objetos llegados del futuro escondidos en sus lienzos.
Es reconfortarte pensar en un plan que une aquello que parece no tener relación entre sí, subirse al carro de la arqueología maldita, la silenciada por el establisment.
Y me cae bien Javier Sierra, un escritor verosímil, con una sana vena periodística y cuestionadora en sus investigaciones, en las antipodas del iluminado místico que solo acepta su verdad.
Si la realidad se os hace dura, lo cual no es raro en vista de lo que hay por ahí fuera, por qué no escaparse un rato de ella y explorar una explicación mítica de los orígenes de la civilización.
(*Si te interesa este libro y no lo encuentras en tu librería de barrio o en la biblioteca, puedes comprarlo a través de este enlace y ayudarme a mantener el blog. Muchas gracias).
Iker Jiménez me parece un gran comunicador, una persona con una habilidad especial para contar historias, crear un clímax en la audiencia y despertar la imaginación del oyente, aunque también es cierto que casi no le he visto en la tele, y que su cara y gestos pueden romper en pedazos el carisma de su voz.
Por eso me quedo con sus programas de radio, que me han acompañado en interminables horas de limpiar bares y mierda ajena, y que me han trasladado a lugares y acontecimientos lejanos y extraños.
Hace muchos años empecé escuchando Espacio en blanco, de Miguel Blanco, en la cama, con los ojos entrecerrados por el sueño debido a las altas horas de la noche a la que se emitía. Pero en los últimos tiempos los temas e invitados del programa me parecían cada vez más insípidos y políticamente correctos y, por aburrimiento, dejé de seguirlo. Entonces, aunque al principio tenía algunas reticencias, empecé a escuchar Milenio 3, pero como lo oía en diferido, a través del podcast, solo me descargaba los programas que me interesaban, aquellos sobre vestigios extraterrestres, civilizaciones perdidas, transhumanismo y conspiraciones variadas. Los programas sobre fantasmas, psicofonías, casas encantadas y médiums no me atraen, además de que me dan miedo.
Lo que quiero hacer notar es que los temas que me interesan están en la línea de la ciencia ficción, a la que tan aficionada soy, y me los tomo con una mezcla de credulidad e incredulidad en suficiente equilibrio como para emocionarme, hacerme soñar y fantasear con mitos, posibles realidades y explicaciones alternativas a la plana realidad del día a día.
Me gusta imaginarme el universo, su grandeza, meteoritos desprendiéndose de sus constelaciones y fecundando nuestro planeta con su panesperma extraterrestre. Fantaseo con civilizaciones ancestrales, de las que solo quedan vestigios, y cuyas huellas puedo rastrear... En estas fantasías supongo que influye la fascinación que despertaba en mí El doctor Jones ("Indi"), y un Harrison Ford joven y potentorro, cuando todavía era una cría.
Y entonces me encuentro con La edad de oro, y mientras lo leo, igual que me pasó con El retorno de los brujos y otros libros medio esotéricos que he merendado a lo largo de vida, me zambullo en lo que cuenta Javier Sierra, en la investigación que le ha llevado a recorrer todo el globo durante décadas en busca de esas huellas ocultas, en sus encuentros con personajes estrambóticos, tiernos y bastante bizarros que salpican sus páginas.
Y descubro la relación entre las pirámides de Egipto, las pirámides Mayas, las catedrales góticas de Francia y el pueblo Dogón. Salen a la luz las analogías (quizá solo poéticas) que conectan los mitos de las culturas sumeria y peruana. Las ruinas de la Atlántida, mapas imposibles y pinturas renacentistas con objetos llegados del futuro escondidos en sus lienzos.
Todo acaba apuntando a la estrella Sirio |
Y me cae bien Javier Sierra, un escritor verosímil, con una sana vena periodística y cuestionadora en sus investigaciones, en las antipodas del iluminado místico que solo acepta su verdad.
Si la realidad se os hace dura, lo cual no es raro en vista de lo que hay por ahí fuera, por qué no escaparse un rato de ella y explorar una explicación mítica de los orígenes de la civilización.
(*Si te interesa este libro y no lo encuentras en tu librería de barrio o en la biblioteca, puedes comprarlo a través de este enlace y ayudarme a mantener el blog. Muchas gracias).
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