Hoy mi madre se pasea otra vez por aquí y comparte con vosotros la reseña/crítica de una novela que le ha entusiasmado, El olvido que seremos, de Héctor Abad. A este escritor colombiano lo conocimos a través de mi amiga K. que ha traducido al alemán algunos de sus poemas. Os dejo con ella.
Hacía mucho que
no me gustaba tanto una novela, aunque más que novela en el sentido estricto,
este libro es un recuerdo emocionado de la vida familiar del escritor y un
homenaje a su padre, Héctor Abad López, asesinado por los paramilitares
colombianos en 1987. Él era un médico especializado en Salud Pública, un
luchador incansable contra la miseria y la injusticia y un defensor infatigable de los Derechos Humanos,
y por lo tanto persona incomoda y peligrosa para el poder.
Hay muchos libros
que son un ajuste de cuentas con un padre déspota, autoritario, distante e
incluso maltratador de la madre y de los hijos; este es el caso contrario:
pocas veces he visto una admiración y un cariño tan incondicional y sin fisuras
de un hijo hacia su padre. Se puede decir que el autor era un niño “empadrado”,
palabra que en castellano solo suele usarse en su forma femenina (enmadrado).
En el libro se
recorren 50 años de la vida de esta familia colombiana culta y de clase social
alta. La madre del escritor, en concreto, pertenece a las élites dirigentes y
católicas del país, personas que nunca llegan a aceptar que se case con un
doctor y profesor universitario izquierdista y librepensador.
La primera
parte, donde rememora su infancia y adolescencia, es alegre, luminosa, y nos
muestra a una familia feliz con unos padres cómplices y enamorados y unos hijos
a los que siempre se llama “niñas” porque solo uno es varón. Se describen los
personajes y los ambientes de tal forma que parece que los estás viendo,
oliendo, tocando… Las sensaciones que transmite son de cariño, ternura, risas,
con libros y música clásica de fondo, que el padre usa como remedio de males y
tristezas, cada vez más frecuentes en su vida de activista social.
Es una familia
en la que de forma natural se cambian los papeles tradicionales: El padre, de
ideas progresistas, carece de sentido práctico y da dinero a todo el que se lo
pide. La madre, a pesar de ser muy religiosa y de ideas conservadoras, monta de
la nada una próspera empresa para mantener económicamente a su familia y
también para que su marido pueda seguir con su labor cívica y humanitaria sin
tener que someterse al poder. Es el padre el que más está en casa, en contacto
con los hijos y no tiene nada que ver con otros padres de la época: es cercano,
cariñoso, llena a sus hijos de besos, mimos y abrazos, pero también les enseña
la sociedad en la que viven, incluida la pobreza y la miseria de barrios y
hospitales.
En la segunda parte del libro
el autor, con gran valentía, nos enseña el infierno; durante
decenios, la violencia forma parte de la vida cotidiana de Colombia y aquí nos
describe, sobre todo, la terrible presencia de los paramilitares, que amenazan,
torturan y asesinan a sectores cada vez más amplios de la población.
El autor cambia
completamente el tono del relato, han tenido que pasar 20 años para que pueda
hablar del tremendo dolor de la muerte del padre y ya no es solo él el que habla
sino que da voz a su madre, a sus hermanas, a los amigos y compañeros del
padre, muchos de ellos en el exilio.
Esta novela es un
ejemplo de cómo desde la memoria se pueden superar la perdida y las heridas que
deja la violencia, y es también un homenaje al padre con los ecos del poema de
Borges (“ya somos el olvido que seremos”) que da título al libro y también de
las Coplas a la muerte de su padre de
Jorge Manrique.
Isabel Sánchez Suárez
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