Ya os estaréis acostumbrando a que en el blog, además de libros, muchas veces hay asuntos: reflexiones, cuentos y cosas que se me ocurren. Hoy me acompaña una pluma invitada (y muy cercana) que os va a hablar sobre Berlín, la ciudad en la que vivo, pero de la que no hablo mucho por aquí. A ver qué os parecen sus imágenes de la ciudad.
Mi hija y mi nieta viven en Berlín, y yo voy dos o tres veces
al año. Mi impresión de la ciudad no es la de la típica turista que está unos días en un hotel y va
corriendo de un sitio a otro para ver los lugares más emblemáticos, pero tampoco
puede decirse que la conozca a fondo, sobre todo porque mi alemán se limita a
unas pocas frases y porque suelo moverme siempre por los mismos barrios (Neukölln
y Kreuzberg), en general fuera de los circuitos turísticos habituales.
Así que lo que voy a contaros son las impresiones subjetivas
que ha ido dejándome la ciudad y, como buena española, veréis que continuamente
hago comparaciones con mi país.
Dicen que cada ciudad tiene un olor particular, la primera
vez que llegué a Berlín el olor me recordó al de los veranos de mi infancia en
Gijón: humedad, prados verdes, carbón… Me parecía que la ciudad estaba dentro
de un bosque y que en los claros habían ido surgiendo los barrios.
También huele a río y a veces casi a mar. El Spree, sus canales y sus puentes van
recorriendo y marcando la ciudad y sus orillas, a veces verdes y otras
fabriles, y son una parte importante del encanto de Berlín
Otro tópico que se me derrumbó fue el idioma: parece que el
alemán tiene que ser duro, seco, estridente, y sin embargo al oído (por supuesto
sin entender una palabra) suena suave, claro, musical, pronunciado en voz baja
y con continuas formulas de cortesía y no a gritos como es habitual entre
nosotros.
Me gusta mucho la arquitectura y los espacios urbanos de la
ciudad, y cada vez me parecen más llamativas las diferencias entre Madrid y
Berlín. Parecen dos viejas damas que han vivido mucho:
Una de ellas, Madrid, era bonita, sencilla, algo provinciana
pero con mucho encanto; en los años 80 le dicen que le ha tocado la lotería y
como es muy alegre y con muchas ganas de vivir se lanza a hacer obras en la
casa y a comprarlo todo nuevo, y a los pocos años se da cuenta de que el dinero
de la lotería se ha esfumado, que los muebles eran muy brillantes y modernos pero de pésima calidad, y que los que tiró a
la basura ahora son vintage, valen un riñón en las tiendas de antigüedades
y para colmo ella se ha hecho un montón de operaciones de estética y ya nadie
la reconoce.
Berlín sin embargo es una señora solida, austera pero
orgullosa de su pasado imperial e industrial, y consciente también de su pasado oscuro, el nazismo, para no repetirlo nunca más. Una dama que quiere conservar la memoria
y sus señas de identidad gastando lo
menos posible.
La primera vez que me perdí paseando por Berlín muchas cosas
me recordaron al Madrid de los años
cincuenta, pero a una escala mucho mayor: grandes calles, plazas y avenidas, parques
que parecen bosques, inmensas estaciones
de metro, tranvías… y a pesar del paso
de los años y de la guerra, parece que todo se ha conservado tal y como estaba.
Los barrios y los edificios parecen antiguos, y como esto es imposible
después de los bombardeos, se supone que muchos los han reconstruido piedra a
piedra y que se ha intentado mantener todo tal y como era: los picaportes de metal, las escaleras con ventanas
de vidrio antiguo, las tarimas y las antiguas estufas de cerámica. Las calles
siguen conservando los adoquines, y de noche la iluminación es escasa. Se han conservado estaciones de metro de los
años 20 con su estética art deco: los
mismos azulejos, las lámparas, etc., y cuando se restauran (una a una, con mucha
calma y muy poca maquinaria y personal) se
respetan escrupulosamente los materiales originales.
Aún me quedan muchas cosas que contar de Berlín; a estas alturas
ya habréis adivinado que mi hija es Aida, la autora del blog, así que si me
deja os amenazo con una segunda entrega
y con editar juntas una miniguía de Berlín.