Hubo un tiempo en mi vida que estuvo plagado de desamores y realismo mágico. De esa mezcla a veces salían historias, que en vez de estar olvidadas en un cajón se pudren en los archivos de mi ordenador. Ahora que dedico mis energías a otras cosas, pero que despierta de nuevo la literatura tengo valor para darles un repaso y sacarlas a la luz.
El día que te marchaste no me dio
tiempo a reaccionar, así que me dejaste con la palabra en la boca, con una
frase a medias y con una de mis caras de autocompasión. Solo tuve tiempo de girar
la cabeza y ver cómo te alejabas.
―No pierdas el tiempo con los
libros, hay tantos que nunca podrás leerlos todos ―te oí gritarme con sorna.
Pero yo me empecinaba en leer las
vidas de otros, cuanto más sórdidas mejor, y en pelearme con los cuadernos para
sacar la frustración, la envidia y las historias sin futuro que me corroían por
dentro. Quizá por eso te convertí en un recuerdo, un personaje estereotipado y
mal construido.
Volví a mi casa, a encerrarme entre cuatro
paredes y lamerme las heridas. Por fin me liberé de la espera ansiosa a que
sonara el timbre de la calle, que siempre picabas como si te hubieras quedado
pegado, y del miedo reconcentrado a que
un día me dejaras, después de todo ese día era hoy. Una historia absurda que no
iba a llegar a ningún sitio, lo supe desde el principio. Te mirabas en mí, como
si yo fuera parte de tu reflejo; y yo solo veía tu sombra para que tu vanidad
no me aplastase. La literatura era mi coartada para que me quisieras a través
de las palabras. El envite no me funcionó, al escribir me volvía demasiado “yo”
y te tapaba, dejándote en un claroscuro. Aquello no le gustó a tu ego, y
corriste por las calles sucias de Madrid en primavera para no verme más.
A la mañana siguiente tuve un presentimiento,
miré debajo de la cama y allí estaba; tu sombra de mediodía, la que te hacía
parecer más alto y bien plantado. Corriste tanto que te la dejaste olvidada.
Como no sabía qué hacer con ella (nunca antes había tenido una que no fuera la
mía), decidí cuidarla como a una planta. Te tenía tanto cariño, a pesar de
todo, que no quería que se marchitara y terminara por desaparecer; quizás un día
volvieras a por ella. La cogí por los pies y la enrollé para que fuera más
manejable. Le hice un hueco en la ventana de mi cuarto y los días impares la
regaba, pero no sirvió de nada, cada vez estaba más mustia, como que le faltabas
tú. Un día la desenrollé para sacarla a pasear, pero no se mantenía en pie por
sí misma. Esperé a que fueran las doce del mediodía, que era su hora de
esplendor, y la pegué con cuidado a la mía uniéndolas por los pies. Al caminar
el efecto visual era muy curioso, parecía que mi sombra tuviera dos cabezas, y
al cabo de un rato observé, no sin cierto malestar, que se estaban peleando. Fluctuaban
y vibraban en una pugna por sobresalir la una sobre la otra. Pero la luz del
día fue cambiando y con ella el estado de ánimo de mis dos sombras. Una de
ellas, no se cuál, de pronto empezó a llorar sin lágrimas. Intenté acariciarla,
pero la otra se enfadó.
Fui al bar donde nos conocimos para
que tu sombra volviera a un lugar que le resultara familiar, pero me sentía un
poco absurda allí de pie con mis dos sombras mal pegadas, además el contraluz
las difuminaba y temí que volvieran a enfadarse, está vez conmigo. Quería
volver enseguida a casa antes de que se pusiera el sol y las sombras
desaparecieran del todo. Adiviné, de espaldas, tus estúpidos rizos en la acera
de enfrente y antes de que pudiera reaccionar tu sombra te reconoció, se
despegó de la mía y salió corriendo detrás de ti.
Yo cantaba, menudo alivio.
Qué hermoso y qué triste...
ResponderEliminarBellísimo, de verdad
Besos
Muchas gracias. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarGenial!!!!! me recuerda a los cuentos de Millás, no sé si te parece bien, pero a mi me encanta su animismo y ahora el tuyo.....buena, divertida y sana elaboración de la pérdida, me ha encantado...........
ResponderEliminarMuchas veces he sentido ésto. Y no siempre lo han provocado amores. Cuando pierdes a alguien es inevitable pensar que ha dejado contigo cierta esencia de él en tu ropa, tu habitación....tus recuerdos. El resultado de una pérdida siempre es decepcionante y siempre intentas que eso último que ha dejado en ti se quede contigo el más tiempo posible. Después de leer ésto he sonreído mucho al pensar que es mucho mejor llevar sólo tu sombra contigo...Las sombras que quieran acompañarte bienvenidas sean pero que nunca se peguen a la tuya porque evidentemente acabaran por pelearse. Gracias Aida
ResponderEliminarAy Aida! Mismo texto...momento personal distinto! Vaya panzada a llorar! Me gusta mucho tu estilo al escribir! Creas un ambiente que me hace estar dentro de la historia!
ResponderEliminarHola Blanca. Qué alegría leerte y que te hayas pasado por aquí. A pesar de que te haya removido por dentro, me alegro de que mi texto te guste. Un beso enorme, prima.
EliminarProbablemente no estés de acuerdo. Es sólo mi opinión y tampoco es que tenga mucho criterio. Pero a mi me recuerdas a Isabel Allende...o por lo menos me ha gustado leerte tanto como a ella.
ResponderEliminarEnhorabuena!!
Hola AJ. Las reminiscencias a unos u otros autores son libres, así que me parece estupendo que mi cuento te recuerde al estilo de Isabel Allende, pero sobre todo me encanta que te haya atrapado. Muchas gracias por el comentario.
EliminarProbablemente no estés de acuerdo. Es sólo mi opinión y tampoco es que tenga mucho criterio. Pero a mi me recuerdas a Isabel Allende...o por lo menos me ha gustado leerte tanto como a ella.
ResponderEliminarEnhorabuena!!