ROCÍO SILVA
SANTIESTEBAN (Lima, 1963-)
«Escribimos para
ser». Elena Poniatowsca
«No quiero la
belleza, quiero la identidad». Clarice Lispector
Esta escritora
peruana ha publicado cuatro libros de poesía: Asuntos circunstanciales
(1984), Ese oficio no me gusta (1987), Mariposa negra (1993,
1998) y Condenado amor (1995) y uno de relatos, Me perturbas
(1994 y 2001); también destaca en su labor ensayística y teórica, en particular
sobre temas de género.
R.S.S se
posiciona en contra de la afirmación de que la literatura no tiene género
(entendido este como la construcción social de la diferencia sexual). Para ella
lo literario no puede escapar de los roles sociales asignados a hombres y a
mujeres. Por lo tanto, la literatura escrita por mujeres estará impregnada
inevitablemente por esa huella. Este debate ha dado lugar a muchas opiniones
encontradas dentro y fuera del feminismo.
Las mujeres que
escriben desde una conciencia feminista buscan encontrar su voz,
tradicionalmente silenciada o ninguneada por una sociedad patriarcal. El
lenguaje es un arma de poder. Las mujeres como grupo minorizado (término
utilizado por Susana Reisz): marginadas en el interior de cada cultura y de
cada clase social, tienen que hacerse un hueco en la lengua dominante cuando
escriben y usurpar/conquistar su espacio, lo cual convierte el ejercicio de la
literatura en un acto combativo en sí mismo.
Estas reflexiones
se inscriben en el contexto del feminismo en Latinoamérica a partir de los años
80, que suponen la asunción plena de postulados feministas reivindicados y
luchados en las dos décadas anteriores, que buscaban sacar a la luz los
mecanismos opresores de la cultura patriarcal y preguntarse por la identidad
femenina en general y la identidad de la mujer latinoamericana en particular.
Hay un cuestionamiento de los estereotipos de la feminidad impuestos a las
mujeres y a la vez buscan sacar a la luz la propia voz, el relato de la propia
experiencia. En este contexto es en el que se inscribe la vida y la obra de
R.S.S.
Rocío Silva
Santiesteban, haciendo suyas las palabras de la periodista Maruja Barrij, se
define como una «pequeño burguesa ilustrada», autodefinición que nos da una
idea de la posición desde la que escribe.
Hasta mediados
del siglo xx la literatura escrita
por mujeres había sido considerada y etiquetada como una literatura menor:
anclada en lo privado (lo cotidiano y la familia), ausente de nivel simbólico,
fragmentaria, subjetivista, sentimental, etc., con un sentido claramente
peyorativo. Desde la crítica literaria feminista se ha buscado dar la vuelta y
subvertir el valor que se les ha otorgado a estos textos y hacer una
reivindicación de «lo íntimo» en la literatura. ¿De qué van a escribir las
mujeres si lo público les está vedado? En este sentido la autora afirma: «La mujer posee esa ansiosa búsqueda de lo
íntimo, de lo interior, busca una trascendencia en lo cotidiano […], porque una
mujer escribe desde los márgenes, desde lo subalterno, desde otro lugar
diferente y diferenciado al lugar del varón en la cultura»[1]. Así
lo privado se convierte en político.
El volumen de
cuentos que voy a comentar se titula Me
perturbas y se publicó en 1994. Es un título muy bien escogido ya que la
sensación que produce su lectura es de perturbación. Y se presta a un juego de
sentido: ¿a quién perturban estos relatos? ¿al lector? ¿a la sociedad machista
peruana? ¿a un sector del feminismo? En este sentido es un libro políticamente
incorrecto. Provocador, escalofriante, no deja indiferente, hiere la
sensibilidad y no hace concesiones. Relata historias siniestras y marginales.
Los personajes de estos cuentos están marcados por la incomunicación y la
violencia. Los cuentos suelen reducirse, a excepción de «El limpiador», a una sola escena que
se narra in media res, sin poner en
antecedentes al lector, que va intuyendo retazos de la historia mediante
pinceladas. No se reconoce en ellos un entorno social, no se mencionan calles o
hechos que guíen al lector sobre dónde se desarrollan los acontecimientos, más
que en un par de cuentos en los que se menciona Lima. En este sentido, es
claramente subjetivista. Para ilustrar un poco más concretamente los cuentos
voy a referir en pocas palabras el argumento de cada uno de ellos: En Aura,
una anciana instruye a una mujer joven sobre cómo matar a un hombre,
mutilándolo. Esas cosas que piensan las mujeres narra los sentimientos
de soledad de una mujer después de acostarse con un hombre que en realidad no
le atrae. Dulce amor mío cuenta una fantasía sexual sadomasoquista
llevada a sus últimas consecuencias de muerte. En Aragato bar, una
discusión sobre la tristeza acaba con el suicidio de un poeta y la indiferencia
de los que le rodean. Del mismo lado, un hombre y una mujer en la cama;
ella le guarda rencor porque antes tuvo otra pareja y ella duerme en su lado de
la cama. El cuento se resume en su frase final: «Ella le susurró, “te detesto”. Entonces él la deseo más». En
Vete de mí, unos antiguos amantes quedan una vez al año para tener un
encuentro sexual, pero el ambiente entre ellos es tenso. De su conversación se
deduce que mientras ellos están allí la actual pareja de él se está haciendo
cortes en la vagina con una cuchilla de afeitar. Este cuento es interesante
porque es en el único en el que se hace una mención a sucesos exteriores
reconocibles de la violencia que vivía Perú en los 80. «El ambiente y todo aquello que lo rodeaba eran demasiado para él. Sobre
todo en los últimos días: las esquirlas de los últimos sucesos (atentados,
cochebombas, cadáveres encontrados en los acantilados de la costa, cajas de
leche con restos óseos)». En La sustituta. una niña tiene miedo
de volverse loca porque se ha tomado por error las pastillas (no sabemos de qué
tipo) de su padre, que suponemos un maltratador. Su miedo se va perfilando en
temer que su madre, cuando vuelva a casa, no sea ella sino una mujer que se
hace pasar por ella, y a pesar de que todo parece una paranoia la ultima frase
nos deja la duda de si realmente es así. Deja vú narra precisamente eso,
el deja vú de una mujer de clase alta
que se torna una pesadilla en la que contempla a su hija muerta. Rara avis
es el cuento más irreal. Es el relato de un hombre que vive con un ser
fantástico al que describe como un monstruo y que es su mujer y al que después
de múltiples vejaciones acaba matando. En El limpiador, un hombre
encarga a un sicario que vengue el asesinato de su hija. Este lo hace y termina
comiéndose el corazón de su víctima.
El ambiente de
la mayoría de los cuentos es pesadillesco, y de todos ellos desasosegante y
desolado. Siempre hay en ellos una violencia latente: verbal, psicológica,
física o todas ellas. Y en todos, de una u otra forma, la mujer aparece como un
ser violentado, por sus compañeros sexuales, por su padre o por la sociedad en
general, de una forma cruda y lacerante que bajo mi punto de vista funciona
como una denuncia. Rompe con la imagen tradicional del amor, que aquí llega a
ser algo aterrador y malsano.
No hay
uniformidad en la voz narrativa: hay cuentos en primera persona, a veces
hombres, a veces mujeres; y otros relatados por un narrador omnisciente. Lo que
aúna las voces creo que es un objetivismo en la forma de narrar, la autora se
muestra emocionalmente distante, no da opiniones, pero el lector sí las saca.
Los protagonistas son outsiders, marginados, marcados por la dominación
y la violencia.
Con respecto a
los temas c
onsidero que hay dos leit
motiv o ejes que vertebran la obra: el erotismo/lo sexual y la violencia.
En muchos de los relatos aparecen mezclados y otros solo son violentos, a
secas, aunque bajo mi punto de vista esa violencia siempre está motivada por lo
sexual, aunque sea de una forma simbólica o no se explicite en el texto. Los
cuentos toman partido y denuncian, desde una reelaboración artística y
deconstructivista, nada panfletaria, el machismo imperante en la sociedad en
general y en la sociedad peruana en particular., y como ese machismo degenera
en violencia y relaciones de dominación/sumisión.
El erotismo funciona como una
subversión del lenguaje dominante y de lo racional, símbolos de lo masculino.
Creo que hay una intención consciente de conectar con lo visceral, que también
es emocional. La pulsión deseante del individuo (las pulsiones y fluctuaciones
del deseo). El erotismo trasciende lo cotidiano y abre una puerta a una región
diferente del ser. Pero el erotismo de «Me perturbas» es de todo menos
complaciente y está cercano a los postulados de Bataille y Sade. Bataille
define el erotismo como la presencia de la vida dentro de la muerte y de la
muerte dentro de la vida. Para él en la vida existen dos fuerzas: una tiende a
la individualización (supervivencia) y la otra tiende a la fusión
(descomposición del individuo y por lo tanto muerte). Esta segunda fuerza es la
violencia. En el erotismo ambas fuerzas entran en acción. El individuo quiere
seguir siendo él mismo y a la vez fundirse con el otro. Él ve esta fusión como
destrucción, violencia y muerte. El erotismo entendido como trasgresión,
violencia, profanación, voluntad de anularse y anular. El sexo como animalidad
que rompe los pudores de la vida cotidiana. El erotismo es una forma de
conocimiento a través del cuerpo. Las palabras son controlables, el cuerpo no.
En «Me perturbas» la narradora es
una mujer de mediana edad enamorada de Val, un hombre más joven que ella. El
cuento supone una revisión del tópico del romance entre una mujer mayor y un
hombre joven. Estereotipo en el que la mujer suele salir malparada en las
opiniones de los demás, que la juzgan. La acción se desarrolla en un tiempo
indefinido, pero corto, en lo que suponemos son unas vacaciones de un grupo de
amigos en un hotel. No se explica el por qué les acompaña la narradora. La
pasión que siente la mujer se va perfilando como enfermiza en una noche en un
bar en la que ella le acaba lanzando un dardo a su amado, por despecho, y como
este acto violento parece ser lo único que despierta el deseo del joven por la
mujer. Val le pide/ordena que se autolesione. Y los dos últimos párrafos suponen
el clímax del cuento con una escena sexual, cuanto menos extraña, que comienza
con ella chupándole la sangre de la herida que le ha proferido momentos antes. Este
cuento es una deconstrucción de los tópicos del enamoramiento, que aquí no
tiene nada que ver con el amor romántico, al que incluso ridiculiza como falso:
«Las conversaciones de los amantes son
generalmente monosilábicas, […] ¿ah?, ¿qué dices? (…) Todo el resto son
situaciones falsas, descritas solo por quienes nunca vivieron hasta hacerse
daño, descritas para crear un ambiente rosado y macilento». El
objeto de amor no está idealizado, la protagonista es una antiheroína.
Los personajes solo pueden expresar el amor a través
del dolor. Hay dos momentos diferentes en la
relación entre estos dos personajes marcados por las frases de la mujer: «Así que debo comportarme como una dama»
(guardar las apariencias) y «He dejado
de comportarme como una dama» (cuando se abandona al deseo). La
descripción que hace la mujer de lo que está sintiendo es muy acertada, con
imágenes poderosas. «A todo lo que
siento no sé si llamarlo dolor o sosiego o deseo». El discurso se
muestra fragmentado, como si siguiera el devenir del pensamiento de la
narradora. No se da importancia a lo externo, que se presenta solo a través de
pinceladas. El énfasis se pone en el mundo interior. El lenguaje se vuelve
cercano a la poesía «los otros giraban
el tema como se gira un vaso de cerveza […] casi sin sentir que se está manoseando
una cosa transparente. La noche me golpea la cara».
«Si yo pudiera decir tan solo una palabra
que fuera cierta diría: me perturbas».
Aunque en este
cuento no hay nada explícitamente coital, como en otros, cuando nombra lo
sexual lo hace sin circunloquios: «cierro los ojos, entreabro los labios y
me vuelvo mucho más fea pero mucho más sexual» y lleva lo sexual al límite
con la violencia física. Creo que con esto R.S.S denuncia en sus cuentos la
condición de mujer como ser violentado en la sociedad patriarcal, dominación
simbolizada por lo sexual: maltrato físico, violaciones etc., pero que se hace
patente en todos los aspectos de la vida. La sexualidad como malestar,
tradicionalmente rodeada de culpa y de vergüenza. Hay un intento por superar la
sexualidad falocéntrica, puesta en práctica, y escrita, teniendo como
referencia solo el deseo del hombre.
Es sintomática
también la presencia de drogas en estos cuentos. En varios de ellos los
personajes consumen ansiolíticos como forma de evasión. El ansiolítico es una
droga plenamente posmoderna, y comunmente aceptada entre las clases medias como
paliativo del malestar vital.
Aunque desde un
enfoque original, estos cuentos se inscriben dentro de una corriente de
literatura escrita por mujeres en la que por primera vez se enunciaba el propio
cuerpo, la pasión erótica y el deseo de las mujeres. Esta corriente se ha
cultivado en Perú sobre todo en poesía a partir de los años 80.
(Esta entrada es una adaptación de un trabajo que presenté para el seminario Literatura peruana en contexto impartido por la profesora Raquel Garcia Borsani en Berlín en el año 2009).
[1] Rocío Silva Santiesteban: «Basta
ser mujer para escribir como mujer», en El combate de los ángeles.
Literatura, género y diferencia.
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