Quizá muchos de vosotros os echéis las manos a la cabeza cuando veáis el título de esta reseña. Pérez-Reverte es un escritor de best sellers que despierta entre los lectores bastantes fobias y no pocas filias (de ahí que venda tanto). Se le conoce sobre todo por sus novelas de la saga Las aventuras del capitán Alatristre, que fueron llevadas al cine con el buenorro Viggo Mortensen en el papel del capitán.
Yo hacía muchos años que no leía nada de este escritor, aunque debo reconocer que siendo adolescente, el thriller histórico-artístico La tabla de Flandes y su misterio de cuadro renacentista y atractiva restauradora, me enganchó. Y en ese momento, aún con poco bagaje lector, me pareció un gran libro. Leí también El club Dumas, misterio ambientado entre la Francia de los mosqueteros y la España actual, pero nuestro idilio terminó con La carta esférica, un puro infumable que abandoné en cuanto me di cuenta del calibre de su plumbez. Ya intuía la formula que Pérez-Reverte parecía aplicar a todas sus novelas. Es posible que en algún momento asomara la nariz por alguno de los libros del capitán Alatristre, pero la verdad es que el recuerdo lo tengo muy borroso, así que ni siquiera sé si pasó en realidad. No se me hubiera ocurrido volver a leer ningún libro suyo, pero se juntaron dos casualidades:
- La primera es que acabo de corregir un monumental catálogo razonado sobre un conocido grafitero español.
- Y la segunda es que me encontré El francotirador paciente en la biblioteca de mis tíos, en Madrid.
La novela enseguida se desliza por los derroteros del thriller de esquema cazador-presa, en la que los papeles de ambos son ambiguos y fluctuan. La búsqueda de Sniper llevará a Alejandra de Madrid a Lisboa y después a Verona y a Nápoles.
Me interesaba la labor de documentación sobre el mundo del grafiti y los grafiteros, que es correcta pero que tampoco me ha descubierto mucho que yo ya no supiera. Y... bueno. Es una novela con una estructura bastante sencilla en la que no es difícil ir adelantando lo que va a pasar a continuación, menos el final que da una vuelta de tuerca inesperada al argumento y que me ha hecho sonreír ante los ilusionismos del oficio, que aquí son efectistas, funcionan, pero que si se leen con calma se les ve el truco (y eso es lo peor que le puede pasar a un prestidigitador).
Los personajes de la novela son bastante planos y sin profundidad psicológica, y todo lo que hacen y dicen se ve que está supeditado al desarrollo de la trama de misterio. El lector siente, al leer, que podría estar viendo las notas de trabajo de Pérez-Reverte, y eso hace que se lea con distancia y sin llegar nunca a creérsela.
Mi conclusión es que El francotirador paciente es una novela floja de un escritor cansado.
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