Escribir esta entrada no me resulta fácil, y es que cuesta, a mí me cuesta, hablar de dinero; ese constructo simbólico que nos sirve para el intercambio de bienes y servicios, que se ha erigido en dios absoluto de nuestro mundo y sin el que es bien difícil vivir. Hablando en plata (nunca mejor dicho): parné, guita, leuros, pasta, mosca, efectivo, cuartos, pelas... Hacer referencia al dinero causa pudor, sobre todo cuando se tiene poco.
Nunca he tenido una relación fácil con este "señor" y durante un tiempo pensé que podría vivir casi sin él. Sigo pensando que seguramente seríamos más felices si no dependiéramos del dinero tanto como ahora. Me gustaría ser más autosuficiente, practicar el trueque, participar en redes de ayuda mutua. Pero ahora mismo eso no es una realidad en mi vida.
Y necesito dinero, mucho o poco, depende de con quién o con qué se me compare. Lo sufiente para no tener que dedicarle tanto espacio mental como me pasa ahora. Poder cubrir mis necesidades, y las de mi hija, sin quebraderos de cabeza. Y claro, luego están los "lujos", y el mío, al que me cuesta tanto renunciar, son los libros. Objetos que se acumulan en las estanterías pero que no ocupan espacio en la imaginación y que son una parte importante de lo que soy y lo que aprendo, y que no son baratos.
Es paradójico que a los 35 años, cuando se puede decir que más asentada estoy es cuando más me está costando ganarme la vida (no ayuda mucho trabajar pocas horas y no cobrar un duro si me pongo mala o hay vacaciones escolares). También es algo de poca risa ganar más limpiando casas o sirviendo cafés que ejerciendo mi profesión.
Y escribir sobre libros, retomar la ficción, currarme este blog, esto que adoro hacer, no da dinero.
Sé que estas quejas mal disimuladas sobre mi situación laboral son un reflejo y un retrato de la de muchos de los que me leéis. Y sé que como yo os sentiréis estafados y a veces rabiosos. "He cumplido mi parte, lo que se suponía que tenía que hacer, he estudiado una carrera y un posgrado y sé idiomas y, y... al buscar mi hueco no recibo lo que la otra parte tenía que ofrecerme, muchas veces ni siquiera una oportunidad". Es cierto que he dado vueltas, que me he perdido y me he encontrado, que he tomado decisiones equivocadas, ¿y qué? Me aterraba ser funcionaria y tener un trabajo para toda la vida, ¿y qué?
Aspiro a un trabajo digno, a no tener que deslomarme por cuatro duros, ni correr de una punta a otra de la ciudad para cubrir mis horas de precariado.
Me cago en la globalización, en el capitalismo neocon, en la misera generalizada de muchos y la riqueza vergonzante de muy pocos, en la troika, en la doctrina del shock, en el poder obsceno de las megacorporaciones, en la injusticia social y la desprotección de los trabajadores, en la invisibilización de los cuidados y la competencia ciega que nos pone a unos contra otros...
y después... sigo estando a dos velas y deseando poder comprar algún libro, tener tiempo para leer y escribir y quizá, ojalá, poder dedicarme a ello.
Así que si a alguno de vosotros (no los que estáis igual que yo ni los que ya me ayudáis en todo lo que podéis y a los que os estoy tan agradecida) os interesa lo que escribo y queréis contribuir a que lea ese libro que tanto me apetece (y escriba sobre él en estas páginas virtuales) y que no está en la biblioteca del Instituto Cervantes o que nadie me puede prestar, podéis hacer una aportación a este blog (50 cent., 1 euro o lo que os plazca) apretando El botón de donar que está en la barra lateral. El pago se hace a través de Paypal (no hace falta tener una cuenta ya que se puede pagar directamente con tarjeta y de forma segura).
Y qué más puedo decir, esto es una explicación y también una justificación de por qué he puesto el botón de donativos.
Miles de gracias.
Os dejo con Paco Ibáñez versionando a Quevedo en Poderoso caballero.
Nada de justificaciones, Aida. Si no pasamos la gorra, nadie lo hará por nosotras.
ResponderEliminarEscribir cansa y leer cuesta. Muchas veces pienso en nuestra generosidad al colgar textos en la red. ¿Qué sería del espacio virtual sin contenidos así? Hay veces que me apetece ponerme de huelga. Dejar de compartir. Pero entonces me asalta el temor de la invisibilidad... y vuelvo al tecleo.
Me ha parecido entender que eras profe de ELE. Hace poquito he empezado un blog que va de eso, se llama "sandalias con calcetines", http://eleprofe.blogspot.com, Todavía, en pañales.
Sí, la precariedad (que podrán atribuir a nuestra desobediencia o a la ausencia de sentido de previsión, una tara después de todo) nos obliga a pillar al vuelo cualquier silla coja. Quizá para recordarnos sin tregua lo ilusas que hayamos podido ser renunciando a la insoportable comodidad de una silla caliente. Un puesto para-toda-la-vida, la perspectiva nos asfixió de antemano. ¿Se puede concebir algo menos opuesto que una oposición? Una plaza fija... ¡inconcebible!
Ahora nos toca ir tirando contra mar y marea. Valientes y atrevidas, la vida nos pone a prueba a cada instante, quién sabe si para medir hasta dónde somos capaces de seguir sorteando lo estable.
En tu caso, aún estás a tiempo. Yo ya he traspasado con creces el punto del no retorno.
Ánimos, Aida.
Y ustedes, los lectores, no se me apoltronen y ¡denle al botón!