Desde pequeña he sido una gran lectora, devoraba los libros con voracidad, como deliciosos bocadillos. A día de hoy hago lo que puedo, pero sea como sea adoro los libros.
Me gusta leer tres o cuatro libros a la vez, a veces más. Hubo una época en que mi consigna era: una novela, un ensayo, un libro de relatos y, ocasionalmente, uno de poesía. A día de hoy no sigo ni mis propias reglas.
Esto tiene desventajas. No siempre asimilo adecuadamente lo que voy leyendo. Odio leer demasiado rápido, pero a veces no lo puedo evitar. Una vez terminado un libro es muy fácil que se me olvide el título, las anécdotas, lo sustancioso del argumento o los nombres de los personajes, para paliar esta memoria de pez ayudan mucho las listas temáticas, a las que también soy muy aficionada.
De los buenos libros siempre perdura el aliento, la revuelta interior que me provocan, las ganas locas de escribir, el aprendizaje sobre las sutilezas y contradicciones de los humanos, la atmósfera, los gusanillos en la tripa complicados de explicar y las ideas rondando la cabeza.
Entre mis amigos y familiares es conocida mi adicción, y con frecuencia me preguntan por mis lecturas actuales o me piden recomendaciones. A veces me aturullo y me falta por decir justo la frase exacta, la que hace a ese libro o a su autor algo único que si dejamos de leer perderemos para siempre. Esto es una pena.
Quizá por
escrito me sea más fácil tratar sobre libros, y otros asuntos, con la calma que da el papel y esperando que a alguien le interese.
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