Hay que ser benévolo con las reseñas y los reseñistas en verano, sobre todo cuando estos últimos aún no tienen vacaciones, y eso es ni más ni menos lo que os pido.
En Soy leyenda hay un hombre, solo, en una ciudad, los Ángeles, en 1976, en el futuro del pasado (la novela fue escrita en 1953), un futuro sobre el que ya hemos pasado, del que nos hemos librado, que quizá aún nos acecha en un pliegue del espacio-tiempo.
Distopia escueta, distante, cortante y fría como la hoja de metal de los cuchillos con los que Robert Neville tiene que defenderse de los "vampiros" que cada noche arañan las puertas y las ventanas trabadas con madera. Su casa convertida en búnquer obligado.
La tercera persona es tan directa que casi parece que es el propio Neville el que nos cuenta su historia: la soledad, la ansiedad, las alucinaciones, el miedo, el desconsuelo, la esperanza ciega diluida en las botellas de whisky que se suceden noche tras noche.
¿Y si los vampiros no fueran tales, sino seres vivos infectados con una suerte de virus que los arranca de la muerte para hacerlos penar en una no-vida vidriosa?
Pandemia, guerra bacteriológica... solo llegamos a saber lo que descubre Neville en su laboratorio casero.
La distopía me deja siempre con ganas de más, conjura mis miedos, conduce mis temores por los derroteros de la ficción.
¿Qué ocurrirá cuando la monotonía violenta de los días de Neville se vea interrumpida por la visión de otro ser humano? ¿Hubiese sido mejor haber seguido solo?
*(Si te interesa este libro, y no lo encuentras en tu librería de barrio o en la biblioteca, puedes comprarlo a través de este enlace y ayudarme a mantener el blog. Muchas gracias).
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